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La cortina

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About La cortina

Llegué a casa saltando de dos en dos los escalones de la puerta de mi casa, entré y grité un "hay alguien por ahí"; pero el silencio fue la única respuesta, ¡bien! Exclame, mis padres se han ido.

Miré al reloj de pared eran las diez y diez de la noche. Me dirigí a mi alcoba y tumbándome de espalda sobre la cama me desnude. Al girar sobre mi cama sentí un objeto duro, miré y sonreí era el CD que había traído. En la portada se veía a una morena de pecho exuberante y minúscula faldita escocesa que con pícara expresión te invitaba a entrar en su morada. Era una porno que iba a ver más tarde, la noche se presentaba placentera, solo había un problema mi hermana.

Su recuerdo de la noche anterior cuando coincidimos en el baile, me había perseguido todo el día dándole vueltas y sin saber el porqué. Pero cómo cojones con dieciséis años era tan descarada y ardiente; si yo, con uno más, me sonrojo simplemente cuando una tía me mira fijamente.

Bueno querido lector, me voy a presentar antes de nada, me llamo Jorge y ya he dicho que tengo diecisiete años, soy normalito de ojos y pelo castaños, algo alto sobre la media y de constitución atlética por eso del deporte, tengo una moto y una hermana, Marian; y a ambas las llevo al instituto por las mañanas. Pues bien, prosigo: Esa tarde, estaba con Lucia bailando y fue ella la que me dijo que mi hermana estaba allí; miraba y miraba y no la veía, los flases centelleantes del techo me impedían distinguirla, hasta que reparé en una morena con un vestido azulón de estrechas hombreras y amplio escote que apretujaban sus redondas manzanas. La falda del vestido apenas ocultaban sus muslos cubiertos por esos pantalones elásticos o panties negros que se ceñían cono una segunda piel. La muy cabrona se había pintado con un rojo pasión sus labios ocultando su adolescencia con unas negras gafas. Por si fuera poco, llevaba unas sandalias oscuras con un tacón de aguja que resaltaban sus piernas. Si, debo de reconocer que estaba de vicio.

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Bailando y bailando al compás de baladas y música retro, y entre mordisco y mordisco; susurrando guarradas a Lucía en su oído, me topé con el fondo de la pista. Deslicé mi mano sobre su faldita presionando su culito respingón para sentir su conejito sobre mi efervescente miembro. Ella me acompañaba arqueando las piernas para sentirlo mejor. Los dedos de mi mano llegaron al borde de su falda y lentamente fui acariciando la suave piel de su entrepierna erizándola al paso de las yemas de mis dedos. Sentía el calor que desprendía y poco a poco llegué a mi destino y apartando su diminuta braga, profanaba su oquedad rociándome de un líquido viscoso que tan sabroso me parecía. Lucia dio un chillido juguetón que fue ahogado antes de salir de sus labios por los míos al sellar su carnosa boca. Su mano se desprendió de mi cuello y sentí su necesidad al atrapar y apretujaba mi encerrado falo que también suplicaba ser calmado.

Aún en la penumbra del sitio, instintivamente miré alrededor para evitar miradas indiscretas para proseguir el ataque sobre su desguarnecida defensa. Un intenso gemido atrajo mi atención y lo que vi no me gusto nada. Mi hermana se me había adelantado y pegada a la pared pajeaba con todo descaro aun tío de barba incipiente mientras él, habiéndole levantado el vestido, tenía la mano metida dentro de su pantalón manoseando su vagina. No me lo podía creer, se me quitaron las ganas de seguir mi ataque.

- Qué coño te pasa –me espeto Lucía que mirando en mi dirección, sentenció-.Tu hermana ya es mayorcita o crees que es todavía una pura doncella, gilipollas.

Tenía razón pero me sentía incómodo, mi hermana y yo nos cruzamos las miradas, ella me sonrió lanzándome un beso mientras se volvía y continuaba su festín. Sí, Lucía tenía razón pero algo me escamaba y reventaba por dentro y todavía hoy seguía con esa imagen clavada en la mente.

 

Pero esta noche, esperaba no verla y tener una agradable noche con paja incluida si la peli se lo merecía. Pero primero decidí desvalijar la cocina preparándome un sándwich con todo lo que encontré: pavo, jamón cocido, queso, mostaza y tomate, y tras preparar mi pequeña cena, me fui a relajarme con una cálida ducha.

Volví a la cocina con una toalla de mano friccionando mi pelo mientras otra la llevaba anudada a mi cintura. Un reguero de gotas dejaba a mi pasar, pero mi hambre canina debía ser satisfecha. Busque mi sándwich pero sólo quedaban unas cuantas migajas. Joder, mi hermana estaba en casa y se ha zampado mi cena, me fui derecho a su habitación y sin pensarlo abrí la puerta.

- Tía que el sándwich era para mi, si quieres uno házte…– me quede mudo, estaba desnuda con una roja braguita elástica, se volvió ocultando con sus manos sus tetas-. Lo siento -fue lo que a duras penas pude balbucear.

- Jorge eres incorregible cuantas veces te he dicho que llames –me contesto con picara mirada y sonriéndome concluyó-. Y qué haces empapando todo, anda entra que te seque el pelo.

Extraña compasión por parte de Marian, pero no puse objeción, me senté sobre su cama mientras que ella dándome la espalda se ceñía una corta camiseta de algodón blanca. El perfume que desprendía era ese barato que embriagaba toda su habitación.

- Joder,¿ no te puede regalar el apestoso de ayer una colonia buena, o va ser tu hermano el que te la regale? –exclamé, mientras miraba su habitación, todavía tenia muñecas y peluches repartidos por la alcoba. Se volvió con el secador en la mano y sus ojos se clavaron en mí ante tal comentario, pero no dijo nada. El sonido del zumbador del motor trajo una bocanada de aire abrasivo que me lo echó directamente en la cara y de píe delante de mi empezó a secarme el pelo y desenredar los rizos con un peine. Levanté la vista y su corta camiseta marcaban unas delicadas tetas con unos pezones que tensaban el blanco algodón, en el ombligo lucia un piercing y en sus braguitas repuntaban su monte de Venus donde un follaje de pelo se dejaba entrever. Debió de barruntar la respuesta porque de pronto me espetó

-Ningún tío me tiene que comprar nada, te enteras, y si el Eduardo es un apestoso, tu Lucía, si tu Lucia y no me mires con esa cara, es una bruja cinco años mayor que tu celosa y entrometida que me ha llamado para yo que sé que la jodistes la tarde al verme con Eduardo –y tras coger aliento, continuó-.Y a propósito de Lucia, con esos ojos oscuros y ese cuerpo qué tienes por qué te enrollarte con esa tía. No puedes buscar en otra dirección, las puedes tener a patadas. -sentí como el peine tiraba con fuerza de mi pelo.

- Si quieres dejarme calvo adelante, pero no te he pedido que me castigues así.

- Me tienes furiosa, tontorrón –concluyó, apagando el secador.

 

Media hora más tarde estaba con un simple pantalón de pijama viendo la televisión sobre el sofá del salón esperando que Marian se fuera a la cama para ver mi video. Las luces del exterior iluminaban la estancia a través de un amplio ventanal creando claro oscuros que producía un relajado ambiente. Por desgracia ella apareció con el dichoso sándwich, tirándomelo a las manos mientras se sentaba en el sofá en el extremo opuesto a mí. Mientras ávidamente mordisqueaba mi cena, ella recogía las piernas y tomaba un cojín que lo abrazaba contra su regazo.

- ¿Qué tienes hay? – me pregunto con sorna como si no supiera lo que era.

- Joder con la niña que todo lo quiere saber, una porno, vale.

- venga ponla, vamos a animarnos –contesto, recostándose sobre el sofá y mordiéndose el labio inferior mientras me sonreirá con un descaro guasón.

Algún periodo de la vida de mi hermana me había perdido, esto me parecía imposible, me encogí de hombros y puse la pelí.

 

Una golfa tetuda con un culo respingón usaba su viciosa boca para hacer una lenta y sabrosa mamada. Deslizaba la lengua a lo largo de todo un negro falo tan gordo como mi muñeca de un musculoso negroide. Le daba pequeños besos al capullo, relamía con toda su lengua el glande, para tragársela una y otra vez, Me gusta tragármela toda, le decía.

Instintivamente me la empecé a imaginar que era a mí quien le hacía esa dulce mamada y mi mano comenzó a acariciármela sobre la tela del pantalón, cogí el otro cojín que quedaba sobre el sofá y me lo puse al lado en un intento inútil de evitar la mirada de mi hermana. Del manoseo pase a desabrocharme el pantalón y me abrí de piernas y un capullo sonrosado empezó a deslizarse entre mi mano.

- No seas ridículo, no me voy a asustar de ver a un tío pajeándose –me dijo con una extraña mirada.

- Y tú, no me acompañas; yo tampoco me voy a asustar. Recuerda que ya te he visto como te lo hacía tu querido amigo.

- No, más tarde, prefiero disfrutar del espectáculo -me contesto con indiferencia.

La tía era buena, casi se mete toda una polla de más de 20 centímetros. En un instante el negro la coge en volantas y dándole la vuelta, la deposita sobre una acolchonada silla y de un tirón le arranca las bragas quedándose su negro ojete a su merced. Qué culo, me dije, quién pudiera penetrarla. Seguía manoseándomela ahora con suavidad en un intento de demorar lo inevitable; al reclinarme el cojín se deslizó al suelo y mi pequeño espectáculo quedo a la vista de mi hermana, que con el rabillo del ojo contemple que parecía absorta en la película.

Una fuerte inspiración de mi hermana atrajo mi mirada y contemplé con deleite como con su mano se acariciaba sus blancos y redondos senos que aparecían por debajo de su camiseta. Casi cabían en la palma de la mano pero eran rectos sin caída alguna. Se las acariciaba y se las pellizcaba con los dedos y la palma de su mano, su mirada empezaba a ser turbia sin destino alguno y sus suspiros aumentaban mientras se lamia sus labios con su lengua. Empecé a tragar una saliva seca que no pasaba por la garganta.

No quería mirar pero la sentía a mi lado y mis pulsaciones se aceleraban; en un impulso me levante y me quite el pijama quedándome en pelotas con mi miembro hinchado y nervudo, con el agujero de la uretra rezumante del líquido preseminal. Intentaba concentrarme en la película pero ya no tenía interés, la verdadera película la tenía a mi lado. Mi hermana se levantó se quito la camiseta y deslizo su roja braga a través de sus piernas tirándola al suelo. Se volvió a recostar pero ahora se hecho para atrás, se abrió completamente las piernas izándose el culo y su rosada cavidad la lucia con total indiferencia. Ya no veía la película, se estaba masturbando mirándome y disfrutando del espectáculo que me daba. La puta protagonista de la película ahora chillaba como una cerdita, me molesto y apagué la televisión.

En silencio nos contemplábamos, disfrutando uno del otro, Marian, con una mano se apretaba sus tetas observándolas y pellizcando sus pezones que se habían ennegrecido por la excitación; y con la otra, hacia pequeños círculos sobre su diminuto clítoris. Me observo mi polla que estaba apunto de reventar, se abrió todavía más y deslizando sus dedos introdujo dos en su humedad oquedad, para salir blancuzcos de su dulce lechecita. Su ritmo se acelero, su respiración aumentaba, y su néctar se lo llevó a sus labios saboreándolo y lamiéndolo con la lengua.

- te gusta –me musitó, mientras devoraba con su vista mi polla.

- Me estas volviendo loco.

Dio un pequeño alarido y su vista volvió a enturbiarse en sus lujuriosos pensamientos. Subí el tono de mis oscilaciones al sentir un fuego abrasador que me iba quemando, ya mis sentidos se dejaban llevar, cuando oí una puerta abrirse.

Un chasquido en forma de impulso neuronal recorrió todo mi cuerpo erizándome el bello y cortándome la respiración, miré mi mano inerte que se había quedado solidificada con mi dura polla. Me maldije, mi oído se quedó expectante mientras un sudor frío invadía todo mi ser. Un repiqueteo de una llaves confirmación la angustia ¡mis padres ya están aquí! Miré a Marian, sus fracciones estaban inmóviles, su boca entreabierta, sus ojos desorbitados de espanto. ¡Dios mío, si estamos en pelotas; si me coge mi padre seguro que me mata! Salté como un resorte y agarré la mano de Marian tirando de ella. Miré alrededor en busca de un escondite, ¿pero a dónde, a dónde? Las voces y pisadas se acercaban a la velocidad del rayo. Nos han cazado, estoy muerto, pensé. En ese momento Marian dio una patada a la ropa que medio se ocultó debajo del sofá y me señaló la cortina, corrimos hacia el cortinaje, era minúsculo, de pequeños allí nos escondíamos, pero eso era cuando éramos enanos. No cavemos, pensé. Me apretujé de espaldas a la pared y Marian se me puso encima apretando su cuerpo contra el mío para no tocar la cortina. Una carcajada de mi madre retumbó en mi cerebro cuando entraba al salón, mi corazón latía como un caballo desbocado. ¡Era imposible que no lo oyeran! Las pisadas se acercaban, mire al suelo y vi un reguero de luz que alumbraba los tobillos de Marian por debajo de la cortina, agarré con ambas manos sus nalgas y tire de ella para arriba, ella asistió y apoyándose en mis hombros se puso en cuclillas, como pude cogí su muslo izquierdo y levante su pierna sujetándola.

Note mi garganta seca, tenia algo delante de mi cara que me impedía ver pero daba igual, era el oído el único instinto que prestaba atención.

Mis padres de misa semanal y rezos ante de comer, partidarios de colegios unisexo preferentemente de frailes y monjas donde apliquen una disciplina férrea, estaban al otro lado de la cortina salmón que aduras penas nos servia de tapadera. Con los incisivos me mordí el labio inferior al tiempo que un temblor me sacudía en espera que en cualquier momento una mano moviera la cortina. Pasaron unos latidos desaforados de mi galopante corazón , ¿o eran los de Marian? Daba igual, antes que empezara a poner atención a su conversación.

- Pero que putita eres María como calentaste a Manolo mientras bailabais apretando tu coñito contra su polla. –se carcajeaba mi padre una y otra vez –.Como sabía lo que estabas buscando.

- Pues tú no tardaste en seguirme cuando embocaste tu dedo en el culo de Carmen por debajo de su falda.

- Ah…, así que te distes cuenta golfilla, no se te escapa una –sentenció en medio de una carcajada.

No jodas me dije, tras varios segundos de escucha y poner atención a su conversación ¡Mis padres, esto hacen mis padres y me abroncan con la moral y el comportamiento, pero qué hipócritas y como me han engañado…¡Pero si follan en parejas!

Unas risotadas seguidas de un pequeño estruendo, como cuando un fardo se cae, siguió. Ahora solo había silencio, un extraño silencio que se interrumpía de vez en cuando por una respiración y unos ligeros suspiros que se iban incrementando. Sigue así María escuche con voz ronca a mi padre; deduje que le estaba haciendo una mamada. Mejor, así no se enteran de nuestra presencia.

No fue hasta ese momento cuando me relajé y fui consciente de mi situación. El hedor de Marian me invadía en oleadas intensas y constantes, su sedoso pelo negro estaba adherida a mi cara y su cálido aliento resonaba rítmicamente en el pabellón de mi oreja. Una dulce y placentera sensación sentí al tener ese blanco cuerpo ceñido al mío; mi sufrido pene, contraído de tantas sorpresas, se enternecía de jubilo al percibirse arropado por unos pliegues ajenos que le abrazaban y le hospedaban en su cálida cavidad. Mi piel ahora detectaba ese deseoso contacto por todos las partes: muslos, cintura, pecho, brazos y cara. Marian se canso de estar en cuclillas y por un momento apoyó la planta del pie, arrastrando; que digo, friccionando mi miembro. Cuando volvió a izarse, note como esos pliegues se ceñían con mayor intensidad sobre mi falo y éste empezó a revivir. Poco a poco el ruido exterior de besos, mordiscos y embestidas fue alejándose de mis sentidos para ser sustituidos por estas sensaciones que ardían en mi interior.

Me vino la imagen de Marian cuando se estaba masturbando, esa lujuriosa mirada rogando ser satisfecha, su boca entreabierta mientras sus delgados dedos acariciaban su rosácea caverna alrededor de ese diminuto cáliz. Esos regueros de sudor fruto de su intensa excitación, y sobre todo esa frase que susurro con esa voz ronca y sensual "te gusta". Sentí como la sangre empezaba a fluir y todo mi ser ordenaba izarse ami nervuda polla. Sus parduscas aureolas que finalizaban en esos montículos puntiagudos estaban clavados y enfrentados a los míos, un suave movimiento en vaivén de de mi cuerpo produjo un diminuto desgarro de mi piel al restregarse esos impúdicos pezones. Una andanada de pequeñas descargas me invadieron. Intentaba saber si Marian era consciente de la situación pero no había señal alguna, seguía en silencio apoyándose en mis hombros y con su cara pegada a la mía.

Decidí seguir, deslice sigilosamente mi mano sobre su cintura y apretujé su bajo vientre sobre el mío; note que su cuerpo se tensaba y se ponía rígida tratando de contener mi presión, pero era vano intentar refrenar lo inevitable. Oía el jadeo de mi padres, sus mordiscos, las golfadas que se decían y yo notaba el cuerpo de mi hermana ceñido al mío y suavemente empecé a restregar mi hinchada miembro sobre esas labios vaginales; primero con tímida lentitud, pero mi cuerpo pedía rapidez y profundidad, y estaba dispuesto a ser satisfacerlo. Fui estirándome cada vez más para que el gozo del roce se prolongara, con descaro ahora desde su culo apreté con fuerza, El roce de mi glande al reptar hasta su bello, y esa sensación de como mi piel era retenida por sus pliegues me excitaba más y más.

- Pero qué coño, haces –me dijo Marian en susurros casi inaudibles sobre mi oreja mientras clavaba sus uñas sobre mis hombros.

Pero ya daba igual, si había fingido o no darse cuenta de mi estado de desesperación y necesidad. Tiré de su pierna para abrir más su dorada intimidad y empujaba, trepaba y me rozaba hasta que una agradable corriente recorrió todo mi cuerpo y un escupitinajo salivosa salto hacia no se donde porque no lo note; otra convulsión más fuerte, golpeaba los seños de mi hermana salpicándome y así hasta que mi semen embadurno su vientre. Unos dientes afilados no se si de lujuria, pena, asco o vergüenza, se apoderaron del lóbulo de mi oreja y sentí un intenso dólar, en justo castigo a este placer relajante que ahora me inundaba.

- Perdóname, pero no sabes las veces que he deseado tenerte entre mis brazos –le susurré,

- Una mierda –contestó después de haber liberado su presa de su felina mordedura –si me quisieras no te hubieras aprovechado de esta forma tan pueril.

Permanecimos en silencio hasta que los jaleos de fuera se fueron apagando y el eco de unos pasos se ahogaban; solo en ese momento, me atreví a deslizarme fuera de nuestro cubil. Pero Marian seguía allí, ahora recostada sobre la pared mirándome con ojos expectantes

- De verdad me deseabas –me preguntó Marian.

- Más de lo que yo podía imaginar –contesté mirando el fondo de sus ojos.

Sin dejar de mirarme, deslizó el canto de su mano como si fuera una pala de obra desde su ensortijado negro bello recogiendo los grumos blancuzcos y brillantes que salpicaban su piel y llevándoselos a su boca. Los absorbió y abrazándome con fuerza, sentí como sus chorreantes labios se abalanzaban sobre los míos y como su lengua se abría paso a través de mi boca y se fundía con la mía compartiendo su botín.

- Yo también estoy necesitada, Jorge, hazme tuya –balbuceo, mientras un ligero temblor de ser rechazada recorría su cuerpo.

- Que putilla eres Marian y cómo me gustas –susurré, mientras mi lengua penetraba en su oreja para delicadamente chupar su lóbulo. Fue solo un instante por que seguidamente con mis labios le daba pequeños besos en su cuello y con la lengua la arrastraba sobre su piel dejando un reguero de mi saliva. Poco a poco, fui deslizándome hasta sus senos y empecé a jugar con ellos, lamía esos pezones azotándolos con mi lengua, otras veces los chupaba y al final los mordisqueaba con suavidad. A cada ataque, ella suspiraba y los dedos de sus mano se introducían entre mi pelo y me acariciaban; sus ojos no se apartaban de mi, ahora era dulces, tranquilos y su boca entreabierta con sus blancos dientes suplicaban que no parara. Sus pezones se ponían duros y rígidos y mis manos los manoseaban una u otra a mi capricho; primero con suavidad, con ternura, después con pasión y finalmente con dureza hasta que su cuerpo se arqueo y busco con ansiedad mi boca.

Su mano empezó a acariciarme mi flácido miembro mientras devolvía mis caricias lamiéndome mis pezones y acariciando mi pecho velludo. Volvió a ponerse dura, lujuriosa, con un glande hinchado que parecía una breva morada. Se le dibujó una sonrisa y abriéndose de piernas rozaba el glande sobre su clítoris, durante unos gozosos segundos ella miraba y manejaba mi polla a su antojo, El glande esta empapado de su humedad, dió un profundo suspiro y con la cara desencajada del placer, me susurro- híncamela hasta dentro.

La metí en esa cavidad húmeda y cálida y a medida que penetraba sentía como sus carnes se apartaban ante mi empuje, un apacible ardor fue recorriendo mi cuerpo, Marian empezó a gemir, su cuerpo se movía a cada embestida y aprovechaba cada penetración para mover su bajo vientre apretando el falo dentro de ella y estimular el martillo pilón que iba penetrando cada vez más profundo. Los golpes se fueron acelerando, gotas de sudor surcaban mi frente deslizándose hacia mi boca, un necesitado beso abarcó su boca, mordisqueo sus labios, la respiración se me aceleraba. Sus dedos como garfios se apretaron contra mi espalda deslizando sus uñas a medida que enrojecidos surcos paralelos surgían.

Ya no podía aguantar más, y con inusual fuerza la levanté cogiéndola por sus muslos y con salvaje ímpetu la golpeaba con los impulsos de mi polla contra la pared tratando de llegar hasta el fondo de su ser. Sus piernas me abrazaron con lujuriosa pasión y jadeaba hasta que un gemido gutural salió de su boca. A cada envestida sus seños se balanceaban mientras mis duros y negros testículos golpeaban su chorreante vejiga. Dos envestidas más y una corriente de placer me inundo mientras un chorro de espesa leche, cremoso y blancuzca salto en su interior. Marian dio un espasmo apretando sus piernas a mi alrededor mientras me besaba apasionadamente en un intento de reprimir su grito de placer.

Brillante por el sudor, con la cara desencajada del esfuerzo, el placer de ver a mi amada hermana satisfecha y recobrando el aliento, me senté sobre el suelo. Ella se poso encima de mí y con una sonrisa me dijo:

- Bruto y tontorrón, me enloqueces… y te voy a embrujar –masculló al tiempo que me daba un efímero beso y se levantaba de un salto recogiendo su ropa y alejándose escaleras arriba.

Me quedé adormecido meditando las últimas horas vividas. Ya era de noche avanzada, las lucernas y farolas que habían iluminado la estancia se habían apagado; y solo y en la oscuridad comprendí que mi vida había cambiado.

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